Antes «superdotado», ahora «altas capacidades intelectuales»; si hay una etiqueta infantil que resulte atractiva a las familias, es ésta. Pocas escapan a la tentación de tener a un «genio» en casa, y muchas la buscan para que haga de «contrapeso» a otra etiqueta considerada negativa, como autismo, TEA o Asperger. Sin embargo, no debemos dejarnos llevar por las apariencias: la etiqueta de altas capacidades es engañosa y tan peligrosa como cualquier otra.
¿Qué son las altas capacidades intelectuales?
Las altas capacidades intelectuales se definen como «las capacidades intelectuales potenciadas de carácter innato de una persona o niño, destacándose la capacidad intelectual o cociente intelectual (CI)». Es decir, se trata de una inteligencia alta, determinada a través de tests de cociente intelectual, que arrojan una puntuación numérica concreta en la que se cifra el nivel de inteligencia. Un niño considerado con altas capacidades intelectuales obtendría una puntuación por encima de 130.
El test de cociente intelectual, una prueba cargada de prejuicios
Ya de entrada, encontramos las primeras limitaciones de los tests de cociente intelectual en su propio diseño, dado que sólo miden la inteligencia académica. Se trata de pruebas ideadas para niños escolarizados en un determinado sistema, puesto que algunas de sus pruebas requieren formación específica, por lo que prácticamente sólo son válidas para las sociedades occidentales. De hecho, según reseña Wikipedia, un estudio de Richard Lynn publicado en 2002 realizado con estos tests da una media de 70 puntos de cociente intelectual en el continente africano, una puntuación que equivale a retraso mental de leve a moderado, cuando evidentemente no es así. Muy diferente fue el resultado cuando, en lugar de realizar tests de CI, una investigación midió la inteligencia de los jóvenes en Kenia utilizando un parámetro considerado de vital importancia en esta sociedad, como es el conocimiento sobre las plantas que sirven para curar enfermedades.
En línea con lo anterior, los tests de CI favorecerán más a aquellos niños con un status socioeconómico alto y que dispongan de mayor atención de los padres, frente a los que crezcan en situaciones o riesgo de exclusión social o en ambientes donde se prioricen otras labores antes que las académicas. Ya en 1916, los estudios de Lewis Terman dejaban peor situados a los colectivos étnicos más desfavorecidos, algo que el autor utilizaba sin ningún rubor para promover la segregación racial: «la deficiencia severa o ‘borderline’… es muy, muy común entre familias mexicanas e hispano-indígenas del suroeste, y también entre los negros. Su torpeza parece ser racial, o al menos inherente a los linajes familiares de los que provienen… Los niños de este grupo deberían ser segregados en clases diferentes».
Y, además, al medir la inteligencia académica, los tests de CI perjudican a quienes peor se ajustan al sistema escolar; en especial, los chicos. Según apunta un informe de la OCDE de 2015, titulado «El ABC de la igualdad de género en la educación», «el entorno escolar no atiende particularmente bien los intereses y la disposición de los chicos», apuntando que «quizá los chicos se desarrollan cognitiva y emocionalmente más despacio que las chicas», y que, en general, son más impulsivos y menos disciplinados que ellas.
La inteligencia, ¿tiene sólo un camino?: Las inteligencias múltiples
Por si todos estos sesgos de los tests de cociciente intelectual fueran pocos, hay que añadir un problema de base. A la hora de medir la inteligencia, ¿qué se considera inteligencia? ¿La inteligencia tiene sólo un camino?
Tradicionalmente se ha hablado de una inteligencia unitaria y académica, mesurable a través de los tests de cociente intelectual. Sin embargo, en 1983, el psicólogo Howard Gardner presentó su teoría de las inteligencias múltiples, a través de la que defiende que no existe una sola inteligencia, sino ocho inteligencias diferenciadas que abarcan diversas áreas: lógico-matemática, lingüístico-verbal, intrapersonal, interpersonal, musical, visual-espacial, naturalista y corporal-cinestésica.
Pese a que esta teoría tiene numerosos detractores en el plano científico, que le acusan a Gardner de realizar una selección de inteligencias arbitraria en lugar de provenir de una investigación científica, de confundir meras habilidades con el concepto puro de inteligencia, y de «impedir» el estudio de esta última; lo cierto es que recientes investigaciones, como la realizada por científicos canadienses y británicos en 2012 (con comentario en español en BBC Mundo) utilizando escáneres cerebrales, han puesto de manifiesto que la inteligencia parte de distintos sistemas cognitivos y «desmienten de una vez por todas la idea de que una sola medida de inteligencia, como el CI, es suficiente para capturar todas las diferencias en la capacidad cognitiva que vemos entre las personas».
En este sentido, cabe destacar también la teoría del psicólogo e investigador Robert J. Sternberg, quien, en su libro The successful intelligence (1996), distingue 3 tipos de inteligencia: la creativa, la analítica y la práctica, y añade que es la apropiada combinación de todas ellas la que lleva a la «inteligencia de éxito».
Fuera del laboratorio, en la vida real, y más concretamente en las aulas, la teoría de las inteligencias múltiples va ganando popularidad porque, según sus partidarios, «refleja de forma más precisa la manera en la que los humanos piensan y aprenden». Es decir, no todos somos buenos en lo mismo ni tenemos las mismas aptitudes, tal y como refleja esta archiconocida viñeta:
Entonces, ¿cómo se mide ahora la inteligencia?
Esta revolución que ha supuesto la teoría de las inteligencias múltiples también ha llegado al concepto de altas capacidades intelectuales. Los nuevos enfoques hablan de personas que «sobresalen en general en todos los tipos de inteligencia (polimatía), y presentan además, una alta creatividad y varios rasgos de personalidad característicos». Según apunta Wikipedia, «la mayoría de los profesionales de la educación aceptan que no se puede utilizar un solo criterio aisladamente para identificar con precisión a un niño de altas capacidades».
No obstante, las pruebas para identificar a estos niños de altas capacidades no se han movido mucho del test de cociente intelectual, al que, según Wikipedia, se pueden añadir otros métodos de evaluación como trabajos del alumno, observaciones en clase y evaluaciones de aptitud. Estos últimos métodos, si nos fijamos, son precisamente las observaciones de las que siempre han partido los docentes para recomendar una evaluación psicológica y un test de cociente intelectual, así que realmente no suponen ninguna novedad en la práctica.
¿Y qué pasa entonces con quienes destacan en otras facetas que no son las académicas?
Nada. Sus habilidades innatas se pasan por alto. La escuela suele obviarlas sin más; ni las potencia, ni las destaca como valiosas, por lo que el niño crece pensando que ser bueno en ellas no le servirá de nada.
Sternberg lamentaba que las personas con capacidad sintética (relacionada con la creatividad, la intuición y el estudio de las artes) «a menudo no muestran un cociente intelectual muy alto porque no hay actualmente ninguna prueba que pueda medir suficientemente estas cualidades, pero la capacidad sintética es especialmente útil en crear nuevas ideas para crear y resolver nuevos problemas».
¿Y qué pasa con quienes sí tienen una alta inteligencia académica?
Si un niño posee las condiciones socioeconómicas adecuadas y, además, ha obtenido una alta puntuación en un test de cociente intelectual por tener alta inteligencia en áreas académicas como la lingüística o la lógico-matemática, puede caer en la trampa de ser considerado un alumno de «altas capacidades», al que, implícitamente, se le considera en un nivel superior al de sus compañeros (en otros tiempos se llegaba a aceptar que pasaran al curso siguiente). Sin embargo, puede que otros alumnos tengan otros talentos menos valorados que les puedan traer iguales o mayores niveles de éxito, reconocimiento y/o felicidad en su vida futura. Y, además, la propia etiqueta de «altas capacidades intelectuales» puede traer al niño otros problemas que lastren su devenir futuro (de esto se hablará más extensamente en otro artículo).
Por otra parte, Sternberg hace hincapié en el alto valor que se da en el entorno escolar a quienes tienen una alta inteligencia analítica, sin evaluar las otras dos vertientes de la inteligencia que él distingue, la creativa y la práctica. «A menudo, quienes usan en exceso la inteligencia analítica son menos efectivos en la vida que quienes la usan sólo en las situaciones que lo requieren», puntualiza Sternberg. El profesional también critica que «las escuelas tienden a premiar habilidades que no son importantes después en la vida laboral. Alguien puede ser lento en las instituciones docentes y ser brillante fuera de ellas».
Todo esto lo ilustra el propio Sternberg en un pequeño pero célebre cuento incluido en su libro The successful intelligence, que transcribo a continuación a modo de conclusión:
Dos niños caminan por el bosque. Son totalmente distintos. Los maestros del primero lo consideran inteligente, sus padres lo consideran inteligente y, como resultado, se considera a sí mismo inteligente. Saca buenas notas, obtiene buenas calificaciones en las reválidas y cuenta con otras credenciales académicas que lo harán llegar lejos en su vida escolar. Pocas personas consideran al segundo niño inteligente. Sus notas no son nada del otro mundo, aprueba las reválidas sin resultados brillantes y su historial académico, aunque satisfactorio, no es precisamente destacable. Como mucho, los demás lo consideran espabilado o pillo.
Mientras caminan por el bosque, se les presenta un problema: un enorme, furioso y hambriento oso pardo corre directamente hacia ellos. El primer niño, en un impresionante ejercicio intelectual, calcula que el oso tardará en llegar hasta ellos 17,3 segundos. Presa del pánico, mira al segundo niño, que está quitándose sus botas y poniéndose los deportivos.
El primer niño le dice al segundo: «¡Estás loco! ¡No podemos correr más rápido que el oso!». El segundo niño responde: «Cierto, pero lo único que tengo que hacer es correr más rápido que tú».
Muy interesante. El cuento me parece con visión «americana» (lo típico de eres un ganador o un perdedor), en el sentido de que el segundo niño se salva (si corre más, claro), aunque tenga que ser a costa de pasar por encima del otro niño. El primero estaba pensando en ambos niños. En esa situación puntual es posible que al segundo niño le saliera bien la jugada, pero a la larga en según que sociedad alguien que mira por él mismo sin importarle los demás y pisoteando si es preciso, puede que no estuviera muy bien visto y le pasara factura, lo cual no sería tan inteligente…
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Sí, tienes razón en cuanto al mensaje que transmite el cuento. Ilustra los tipos de inteligencia pero da a entender que en la vida «todo vale» en tal de salvar el culo. Aunque te alegrará saber que, para cerrar el capítulo, Sternberg incluyó la segunda parte del cuento, en la que el segundo niño volvía solo al bosque y ya no corría tan buena suerte. En esta segunda parte, el niño puso en práctica una ocurrencia sin pies ni cabeza y el oso se lo zampó, con lo que el autor nos dice que ser excesivamente creativos y prácticos tampoco nos sirve de nada si no utilizamos la inteligencia analítica para evaluar racionalmente nuestras posibilidades de éxito. En conclusión, que la genuina inteligencia viene de la combinación adecuada de los tres subtipos. Y que, efectivamente, el segundo niño tampoco era tan inteligente…
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Muchas gracias por la aclaración!!!
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polimatia, te suena?
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