Se acerca el principio de curso y tu hijo tiene bastante claro que no quiere ir al colegio o a la guardería. Cada vez que sale el tema, su negativa es constante. Incluso llega a llorar, a tener rabietas o a mostrar agresividad cuando sale el tema. En algunos casos, el rechazo surge antes de empezar; en otros, no será hasta los primeros días cuando aparezca. ¿Qué podemos hacer?
¿Por qué pasa esto? ¿Qué he hecho mal?
En primer lugar, para solucionar un problema tenemos que comprender qué pasa. Muchas madres (y algunos padres también) tienden a culparse del rechazo del niño al colegio o la guardería, pensando que no lo han preparado lo suficiente, o bien pensando que lo han «malcriado». Debemos olvidar la culpa y pensar que no se trata de que haya algo «mal» en el niño. Muy al contrario, los niños que más sufren a su entrada a la guardería o al colegio son altamente sensibles, capaces de darse cuenta de lo que conlleva su nueva situación y de prever por adelantado los peligros que pueden acecharles.
El principal factor de riesgo: la alta sensibilidad
En efecto, independientemente de lo que hagamos, el carácter del niño será determinante para saber si lo pasará mal a su entrada al colegio. Cuanto más sensible sea el niño, más probable es que lo pase mal al empezar a ir a la guardería o al colegio. Las personas de alta sensibilidad tienen una percepción extraordinaria de todo cuanto les rodea, incluidos los riesgos y peligros, así que no es de extrañar que estas personas, como contrapartida, sean las más proclives al sufrimiento y la infelicidad. En el caso de los niños, podrán prever con mayor intensidad las consecuencias negativas de estar separados de su persona de referencia, de estar rodeados de desconocidos, de no encontrarse en su casa o en un entorno que conozcan… Si son muy inmaduros, incluso podrán prever más consecuencias negativas de las que realmente existen.
Otra cuestión a tener en cuenta: Los niños de alta sensibilidad también son increíblemente sensibles a las emociones de los demás, especialmente de sus personas de referencia. Si detectan en sus padres sentimientos negativos hacia la guardería o el colegio (y algunos lo harán aunque sus progenitores los disimulen), seguramente desarrollarán a su vez esos sentimientos negativos. Si no tenemos más remedio que escolarizar, o tenemos la convicción de que la experiencia acabará siendo positiva, debemos hacer primero un trabajo interno y desterrar los sentimientos negativos, pensando en todas las contrapartidas positivas y las buenas experiencias que esperan a nuestros hijos. Por el contrario, si esos sentimientos negativos son de índole más profunda, la familia se puede plantear otros sistemas de escolarización (escuelas Waldorf, escuelas libres…), o incluso la no escolarización (homeschooling, unschooling).
Dos factores importantes y sobre los que sí podemos actuar: el vínculo y la edad
El carácter del niño no es el único factor que nos adelantará si el niño lo va a pasar mal a su entrada al colegio. El vínculo y la edad son otros dos factores de peso, y la buena noticia es que sobre éstos sí podemos actuar.
Un vínculo sólido y seguro con su persona o personas de referencia alimentará la seguridad y la confianza del niño, y disminuirá su ansiedad por separación. Este vínculo se construye principalmente con una presencia constante desde el nacimiento, o compensando las ausencias con mucho cariño y contacto al regreso. Cuando crecen, es fundamental hablar mucho con ellos y explicarles las ausencias desde el afecto. Si el niño se siente habitualmente abandonado, si siente que puede «perder» a su persona de referencia en cualquier momento, sin saber si volverá o qué será de él mientras vuelve, es más probable que sienta rechazo a ir al colegio.
Evidentemente, si has llegado hasta aquí, lo normal es que no sea el caso de tu hijo, aunque siempre es un buen momento para intensificar la comunicación, preparándolo bien para lo que se avecina: explicarle cómo será la guardería o el colegio, contarle cosas de la profesora y los compañeros (y si conocerá a alguno), llevarlo de visita… Y, sobre todo, hablar mucho con él para despejar todas sus dudas.
Respecto al vínculo, no hay que olvidar que hay circunstancias especiales que pueden alterarlo y que pueden influir en el estado de ánimo del niño e incluso en su desarrollo madurativo, como así corrobora la tesis de la investigadora sueca Ulla Britt-Janson: la llegada de un hermanito, una separación o pérdida en la familia, o cualquier experiencia que el niño viva de forma negativa. En estos casos, lo mejor es trabajar sobre la circunstancia que crea el conflicto y, preferiblemente, dejar la entrada al colegio o guardería para una mejor ocasión.
Por otra parte, la edad es otro factor de capital importancia. A nadie se le escapa que, cuanto más pequeños son los niños, peor lo pasan a la entrada a la guardería o al colegio (salvo en el caso de los bebés de pocos meses, que todavía no son conscientes de su existencia como seres separados e independientes). Esto se debe a que, en su inmadurez, no son capaces de asimilar completamente las explicaciones racionales que les ofrecemos, y su sistema de alarma se pone en marcha, alertándolos de peligros, reales o no. Hemos de tener en cuenta que su instinto de supervivencia innato, que les ha dado una ventaja evolutiva a lo largo del curso de la historia, les dice que, si están lejos de su mamá o persona de referencia, pueden morir. En definitiva, si vemos que lo pasa mal y no parece comprender lo que le explicamos, esperar es la opción más recomendable, siempre que nos lo podamos permitir.
¿Esperar es una opción?
Esperar no sólo es una opción, sino que en muchas circunstancias, es la más aconsejable. Tengamos en cuenta que los niños no entran al colegio en el año en el que cumplen 3 años atendiendo a sus necesidades y capacidades, sino atendiendo a los intereses adultos y a las exigencias del mercado laboral. De hecho, muchos entran sin ser madurativamente capaces de comunicarse de forma efectiva o de controlar esfínteres. E incluso con este panorama, se plantea que comiencen a los 2 años (y en algunos lugares ya se hace). La incorporación a las guarderías también obedece a necesidades adultas. Numerosos estudios señalan que la escolarización precoz no entraña tantas ventajas como se piensa, y no sólo eso, sino que además presenta desventajas, como una mayor agresividad en los niños.
Por el contrario, hay estudios que consideran beneficioso empezar más tarde. Otro estudio del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano de EEUU halló un rendimiento escolar ligeramente superior en los niños escolarizados más tarde, y un progreso más rápido respecto a los demás, con el que compensan haber entrado más tarde; por lo que no se «quedan atrás», como muchas familias temen. En cuanto a la socialización, el mismo estudio afirma rotundamente que «se demostró que la edad de escolarización no está relacionada con el funcionamiento socioemocional». Otro estudio realizado en 2008 con datos recopilados durante casi 100 años de niños nacidos en 1922 aseguraba que «la escolarización precoz estuvo asociada a menos logros educativos, peor adaptación en la mediana edad y, lo más importante, a un riesgo de mortalidad más elevado».
Los niños sufridores: los que mejor lo pasan después en el cole
Tanto si decidís esperar, como si esperar no es posible, una buena noticia: los niños que sufren al entrar al colegio (siempre que tengan vínculos afectivos sólidos y una edad adecuada) suelen ser los que mejor se adaptan a él. Esto se debe a que los niños sensibles poseen una gran empatía, habilidades sociales, prestan atención y son más receptivos a lo que se espera de ellos, y a los estímulos positivos que recibirán a cambio. Por eso, a medio plazo, serán los que mejor se lo pasen y los que más disfruten de la experiencia. Pero, para eso, es indispensable que los acompañemos en los momentos difíciles con cariño, diálogo y mucho amor. No hay que olvidar que, según investigaciones de Pluess & Belsky, que reseña Wikipedia, los niños considerados «problemáticos», no son realmente problemáticos, sino sensibles y, por tanto, altamente susceptibles a nuestro comportamiento hacia ellos: «estos niños no sólo tenían más problemas de comportamiento como respuesta a una atención de baja calidad, sino que también eran los niños que menos problemas presentaban de todos cuando tenían un historial de atención de alta calidad. Esto sugiere que los niños con un temperamento difícil son altamente susceptibles, en lugar de difíciles, y que, por tanto, se pueden beneficiar más significativamente de experiencias positivas en comparación con otros niños menos susceptibles».
Como siempre muy interesante y didáctico!!! Muchas gracias!!!
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Excelente material! muchas gracias.
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