Cada niño se desarrolla a su propio ritmo. Este ritmo depende principalmente de factores genéticos, de género y hormonales, pero no menos importante es el entorno, el ambiente en el que se cría el niño, y que influye en su estado emocional. Es decir, para desarrollarse de forma óptima, el niño tiene que estar bien. Igual que las personas adultas. Si no nos encontramos bien emocionalmente (si estamos preocupados por un ser querido, si hemos vivido una ruptura sentimental, etc.), lo acusamos en el trabajo y en los estudios: prestamos menos atención, no podemos concentrarnos y nuestro rendimiento baja. Como afirma un informe del Centro sobre el Niño en Desarrollo de la Universidad de Harvard, «las capacidades cognitivas, emocionales y sociales están entrelazadas inextricablemente a lo largo del curso de la vida». Tanto en la vida de los adultos como en la de los niños, el sufrimiento no se puede evitar, pero sí canalizarlo de manera adecuada. Los adultos podemos hacerlo solos; en los niños, las familias jugamos un papel fundamental para amortiguarlo y que no se convierta en perjudicial.
El sufrimiento a veces es necesario
Así pues, no se trata de evitarles todo el sufrimiento (es imposible), sino de ayudarles a canalizarlo. El Centro sobre el Niño en Desarrollo de la Universidad de Harvard distingue 3 tipos de sufrimiento o «estrés» (cita textual traducida):
1. «Estrés positivo, asociado con respuestas fisiológicas moderadas y de corta duración: breves aumentos del ritmo cardiaco y presión sanguínea, y elevaciones moderadas de los niveles de cortisol y citoquina. Se asocia a una amplia variedad de circunstancias normales de la primera infancia: conocer gente nueva, afrontar la frustración, acostumbrarse a la separación, recibir una vacuna o enfrentarse a los límites impuestos por los adultos. El estrés positivo es un aspecto importante y necesario del desarrollo saludable que ocurre en el contexto de unas relaciones estables y de apoyo, que ayudan a que los niveles de cortisol y otras hormonas del estrés vuelvan a su rango normal y ayudan al niño a desarrollar un sentido de dominio y autocontrol».
2. «Estrés tolerable, asociado con respuestas fisiológicas que podrían ser disruptivas para la arquitectura cerebral, pero que se alivian gracias a las relaciones afectivas de apoyo, que facilitan su superación progresiva y, por tanto, la restauración del ritmo cardiaco y los niveles de hormonas del estrés a sus niveles normales. Los detonantes comprenden amenazas significativas, como la muerte o la enfermedad grave de un ser querido, una herida que da miedo, el divorcio de los progenitores, un desastre natural (como el huracán Katrina), o un atentado terrorista (como el 11S). Este tipo de experiencias pueden tener consecuencias a largo plazo, pero son tolerables si ocurren en un periodo de tiempo limitado en el que hay adultos que ayudan y protegen al niño reduciendo la experiencia que causa el sufrimiento, y dando, por tanto, al cerebro la oportunidad de recuperarse de los efectos potencialmente dañinos del exceso de actividad del sistema de gestión del estrés».
Cuando el sufrimiento perjudica al desarrollo: el estrés tóxico
3. «Estrés tóxico, asociado con una activación fuerte y prolongada de los sistemas corporales de gestión del estrés, en ausencia de la protección, amortiguación y apoyo de los adultos. Los detonantes comprenden la pobreza extrema, en confluencia con un continuo caos familiar, maltrato físico o emocional continuado, abandono crónico, depresión materna grave y duradera, adicción persistente de alguno de los padres, o exposición repetida a la violencia en la comunidad o dentro de la familia. El rasgo esencial del estrés tóxico es la ausencia de relaciones consistentes de apoyo que ayuden al niño a afrontar la situación y, por tanto, a reducir la respuesta fisiológica a la amenaza hasta sus niveles iniciales. En estas circunstancias, las elevaciones persistentes de hormonas del estrés y la alteración de los niveles de sustancias químicas fundamentales en el cerebro provocan un estado fisiológico interno que resulta disruptivo para la arquitectura del cerebro en desarrollo y puede derivar en dificultades de aprendizaje, memoria y autorregulación. La estimulación continuada del sistema de respuesta al estrés también puede afectar al sistema inmune y otros mecanismos reguladores del metabolismo, lo que conlleva la fijación de un umbral de activación más bajo durante toda la vida. Como resultado, los niños que sufren estrés tóxico en la primera infancia pueden desarrollar para toda la vida una mayor susceptibilidad a enfermedades físicas relacionadas con el estrés (como enfermedades cardiovasculares, hipertensión y diabetes), así como problemas de salud mental (como depresión, trastornos de ansiedad y adicciones). Son también más propensos a mostrar comportamientos perjudiciales para la salud y adoptar formas de vida en la edad adulta que atentan contra el bienestar».
«Bueno, pero todo esto es muy extremo y no tiene nada que ver conmigo…»
Hay quien piensa que el estrés tóxico infantil se da en circunstancias muy extremas y muy alejadas de su vida cotidiana. Sin embargo, las situaciones que los niños perciben de forma negativa son mucho más amplias que las que afectan a los adultos. Sin ir más lejos, un estudio de investigadoras de las Universidades de Columbia y Duke ha demostrado recientemente que, en los niños menores de 2 años, la separación de su madre durante tan sólo una semana deja secuelas, que, en el caso concreto del estudio, se manifestaron en forma de mayor agresividad a los 3 y 5 años, y mayor negatividad a los 3 años. En la mayoría de los casos, las separaciones habían sido voluntarias (un viaje, una visita familiar…), por lo que se puede deducir que las madres las percibían como inocuas. No es el primer estudio que asocia las experiencias negativas vividas en torno a los 2 años de edad a futuros problemas emocionales y de comportamiento.
Por otra parte, las situaciones de abandono continuado no se dan sólo en ambientes marginales. Todos hemos oído hablar de la niñera que pasa el rato enganchada al teléfono e ignorando al niño, la guardería donde no se consuela a los niños que lloran o el padre que busca la custodia compartida para evitar pagar una pensión y luego apenas hace caso a su hijo cuando «le toca». Por supuesto que esto no es lo habitual (afortunadamente es más bien al contrario), pero debemos tener especial cautela a la hora de dejar a nuestros hijos con terceras personas, ya no sólo por el posible daño madurativo, sino por el daño emocional.
Además, no hay que olvidar que hay métodos presuntamente educativos que promueven el maltrato emocional continuado (por ejemplo, el método Estivill).
Si estamos atravesando una situación traumática…
Si tu hijo, o toda la familia, está ahora mismo pasando por una situación delicada, recuerda que, como dicen los investigadores de Harvard, la clave está en que el niño reciba apoyo por parte de sus adultos de referencia para poder superar la dificultad y salir reforzado de ella. Así pues, ahora se trata de proporcionarle apoyo y consuelo, de forma adecuada para su edad (por ejemplo, si es muy pequeño, más a través del contacto físico; más adelante, con explicaciones que pueda comprender), y de estar especialmente atentos a su estado de ánimo, para detectar sus nuevas preocupaciones o cambios en su actitud, y actuar en consecuencia.
Durante una situación difícil, todo lo demás pasa a un segundo plano para el niño. Incluso inconscientemente. Por eso, en este periodo no podremos esperar grandes avances en el desarrollo madurativo; en su lugar, dicho desarrollo tenderá a experimentar un «parón». En este sentido, cabe destacar, por ejemplo, la tesis de la investigadora sueca Ulla Britt-Janson, quien demostró que, cuantos más acontecimientos vitales percibidos como negativos haya vivido el niño a partir de cumplir 1 año, más tardará en adquirir el control de esfínteres. Además, recalca que «cuanto más difícil sea la adaptación a un acontecimiento, más tardará el niño en estar seco de día».
Así pues, los momentos delicados son los peores para someter al niño a una evaluación psicológica, para medir el ritmo de su desarrollo madurativo o para hacerle afrontar una situación nueva que le va a generar aún más estrés (como, por ejemplo, la entrada a la guardería o al colegio).
En resumen, se trata de hacer valer el sentido común y dar al plano emocional la misma importancia (o más) que al cognitivo y al madurativo. Los propios investigadores de Harvard afirman que «el conjunto del bienestar emocional, la competencia social y las capacidades cognitivas son los ladrillos y el cemento que forman los cimientos del desarrollo humano». Y aún dicen más: «Cuando los progenitores, los apoyos informales del entorno y los programas de educación y cuidado infantil llevados a cabo por profesionales prestan atención, todos ellos, a las necesidades sociales y emocionales de los niños pequeños, así como a su dominio de las habilidades cognitivas y su alfabetización, tienen el máximo impacto de cara al desarrollo de una arquitectura cerebral robusta».
Muchísimas gracias por tu labor!!! De nuevo, muy instructivo!!!! Me ha recordado lo que leí en el libro de Sue Gerhardt «Amor maternal», a raíz del programa Redes de Eduard Punset dedicado al cerebro del bebé. Me señalé unas cuantas páginas, entre ellas la 227: «deberán cambiarse de forma radical las condiciones actuales de la crianza de los hijo. Ello implica la necesidad de establecer horarios laborales mucho más flexibles, compartir la crianza de los hijos», etc.
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