Toda la vida, y lo recordaremos de nuestra propia infancia, se han usado en el colegio sistemas para influir en la conducta de los alumnos: pegatinas, positivos y negativos… Con el tiempo, los métodos se han «refinado», se han reducido los refuerzos negativos (o castigos) y son habituales los refuerzos positivos en forma de pegatinas o gomets para premiar a los niños que «se portan bien». Hoy en día, y en parte gracias a la popularidad de ciertas educadoras mediáticas, estos sistemas de pegatinas para modificar la conducta se han introducido en nuestros hogares y se han puesto muy de moda los paneles de recompensas: un calendario donde se pega una pegatina si el niño realiza la conducta adecuada durante todo un día y, si ésta persiste durante el tiempo estipulado (una semana, un mes…), se concede al niño un premio que le resulte motivador. Muchas familias se plantean adoptar estos métodos que tan extendidos están en el colegio y se preguntan: ¿Realmente estos métodos funcionan? ¿Serán la solución definitiva para que mi hijo se «porte bien»?
Los paneles de recompensas no siempre funcionan
Los sistemas de modificación de conductas con pegatinas (técnicamente llamados economía de fichas) tienen una eficacia bastante alta. Sin embargo, hay casos en los que no funcionan en absoluto o en los que su funcionamiento es limitado:
– Cuando el niño es inmaduro. Estos métodos sólo funcionan cuando el niño tiene un nivel de madurez suficiente como para comprender su dinámica. Por eso, los paneles comerciales suelen llevar la leyenda de «a partir de 3 años», aunque la madurez no es una cuestión de edad, así que algunos niños podrán comprender su uso antes y otros después.
– Cuando se trata de modificar habilidades madurativas (hacer pipí en el baño, dormir solo…). Se fomenta mucho el uso de pegatinas para entrenar a los niños a hacer pipí en el baño, cuando el control de esfínteres depende de la maduración y no de la voluntad del niño. Así, el sistema de pegatinas resultará aparentemente útil en niños que ya estén listos para ir al baño (y que podrían aprender de cualquier otra manera); para los que no, sólo causará un «efecto placebo» en los padres: el niño finalmente adquirirá la madurez en algún momento durante la utilización de las pegatinas, no gracias a esta utilización de las pegatinas, y los adultos pensarán erróneamente que la habilidad se ha adquirido sólo debido a su acción. Son los típicos casos de «después de 4 meses con las pegatinas, al final conseguimos que hiciera pipí en el baño».
– Cuando el niño es biológicamente poco proclive a perseguir metas a largo plazo. Como ya se argumentó con estudios científicos en un artículo anterior, los niños con alta testosterona prenatal (preparados biológicamente para ser los cazadores prehistóricos) tienden a ser más impulsivos y hacer lo que les proporcione satisfacción inmediata (en este caso, la conducta no deseada), antes que esforzarse para lograr una satisfacción mayor que llegará dentro de mucho tiempo (el premio). Son los típicos niños «insobornables».
– Cuando se agobia al niño. Si a un niño se le exige demasiado, si se le ponen muchos objetivos o un objetivo sumamente difícil para su edad, finalmente se saturará, verá el premio como inalcanzable y desistirá de ir a por él. De hecho, muchos psicólogos que aceptan el uso de paneles de recompensas recomiendan la fijación de un solo objetivo en cada periodo de tiempo, que sea además asequible para la edad y madurez del niño.
Los peligros de que las pegatinas sí funcionen
Con todo, en muchos casos, los paneles de recompensas sí funcionan. En estos casos, conseguimos por medio de motivaciones externas al niño o extrínsecas (los premios) que el niño realice una acción que no se siente movido a hacer por motivación interna o intrínseca. Por ejemplo, conseguiremos que ordene la habitación todos los días porque así conseguirá una bolsa de golosinas al final de la semana, y no porque le guste que su habitación esté limpia o porque le guste tener todas sus cosas en orden para encontrarlas más fácilmente cuando las busque. ¿Es perjudicial sustituir o reforzar esta escasa o nula motivación intrínseca con motivaciones extrínsecas? Un metaanálisis de 128 estudios científicos sobre la materia dirigido en 1999 por Edward L. Deci (famoso por sus estudios y libros sobre motivación), concluyó que todas las formas de motivación externa mermaban el interés y la motivación interna, y que «las recompensas tangibles tendían a ser más perjudiciales para los niños que para los estudiantes universitarios». La investigadora Alyce M. Dickinson, más condescendiente, afirmaba en 1989 que, según los resultados de su investigación, «el efecto pernicioso será transitorio y probablemente no se dé en absoluto si las recompensas extrínsecas sirven de refuerzo, no son competitivas, están basadas en criterios razonables de rendimiento y se entregan repetidamente». A fin de cuentas, según argumentaba, los adultos perciben un sueldo por su trabajo y no renuncian a él para que no perjudique su motivación interna. Sin embargo, cabe hacer dos consideraciones por las que resulta peligroso que los sistemas de recompensas funcionen:
– La retirada de la recompensa puede suponer el abandono de la conducta: nos convertimos entonces en «esclavos» de las recompensas. La propia Dickinson apunta que las recompensas no son nocivas para la motivación interna «si se entregan repetidamente» (como un sueldo). Una vez fijada una conducta a base de recompensas, será muy difícil retirarlas y que la conducta permanezca por motivación intrínseca del niño, ya que seguirá esperando su premio y, si no lo obtiene, se sentirá engañado y frustrado. Y es normal, porque nosotros, los adultos, ¿haríamos altruistamente una tarea por la que previamente nos han pagado? Seguramente no.
– Los premios, por su naturaleza, traen nuevos problemas. Las golosinas, los videojuegos… son hábitos que en el futuro querremos reducir o eliminar. Además, al tratarlos como premios, los colocamos en lo alto de su escala de valores, haciendo que se conviertan en un objeto de deseo, y moldeando así, involuntariamente, sus preferencias alimentarias, de ocio, etc.
Un sistema viciado desde su raíz: el conductismo
Como ya habremos deducido a estas alturas, estos sistemas de modificación de conductas a través de pegatinas, basados en el conductismo, tienen un error de base: actúan directamente sobre las conductas no deseadas y no buscan sus causas ni tienen en cuenta las emociones del niño. Es como tener una gotera en casa y tratar de arreglarla tapando sólo el agujero en el techo para que no nos caiga el agua. Si no buscamos la tubería que está rota y actuamos sobre ella, será sólo cuestión de tiempo que la gotera reaparezca. El conductismo está muy en boga por ofrecer soluciones fáciles y rápidas, pero, desde sus inicios en los años 70, han ido saliendo a la luz sus muchas debilidades, como las que describió en 2005 el libro Conducting School-Based Assessments of Child and Adolescent Behavior:
«En los primeros 70, la evaluación del comportamiento [de niños y adolescentes] se caracterizaba por un fuerte rechazo a los métodos que incorporaban hechos no observados. Desde entonces, sin embargo, incluso los conductistas más radicales han admitido que las complejidades del comportamiento humano eran demasiado ingentes para ser juzgadas sólo a través del comportamiento observable. Las explicaciones sencillas sobre el comportamiento basadas en hechos observables no eran suficientes para entender y predecir el comportamiento futuro. Se reconoció la importancia de los hechos cognitivos y emocionales, y del contexto del entorno, para la comprensión del comportamiento».
Así, los métodos de modificación de conductas pueden convertirse en un sistema fácil y rápido de mantener «en orden» una clase con 25 niños durante un horario limitado, y las recompensas pueden sacarnos de un apuro en una situación puntual, pero es obvio que, si realmente queremos acabar con la conducta no deseada, o fomentar la aparición de nuevas conductas positivas, deberemos hacer un trabajo más profundo y bucear en las emociones de nuestro hijo para estimular su motivación interna.
¿Cómo fomentar la motivación interna?
Fomentar la motivación interna es mucho más difícil que actuar sobre una conducta, requerirá más tiempo, esfuerzo y conocimiento de las particularidades del niño. No todo el mundo se motiva de la misma manera; de hecho, hay estudios que indican que la motivación interna llega de forma diferente en chicos y chicas. Sin embargo, sí podemos encontrar algunas recomendaciones generales sobre cómo fomentar la motivación interna:
– Desde el diálogo. El diálogo nos permitirá, en primer lugar, a través de la escucha activa, conocer a nuestro hijo, sus emociones actuales y lo que le está pasando en cada momento. A través de este conocimiento del niño y sus circunstancias, se puede averiguar cómo motivarlo y aprender a realizar las propuestas más adecuadas. También el diálogo nos permitirá explicar el funcionamiento del mundo, hablarle sobre el manejo de sus propias emociones y las de los demás.
– Dar la posibilidad de elección, siempre que sea posible. Por ejemplo, darle a elegir entre dos tareas, o darle a elegir en qué momento o en qué orden realizar una tarea. Está demostrado que la motivación intrínseca aumenta cuando se apoya la autonomía del individuo y se le brinda la posibilidad de elegir.
– Reconocer su esfuerzo. La propia revisión de Deci de 128 estudios sobre la motivación, concluyó que «el ‘feedback’ positivo fomentaba tanto las conductas de libre elección como el interés manifestado por los propios individuos». Sin embargo, no debemos caer en la trampa del elogio fácil y genérico hacia su persona, ya que puede ser contraproducente, y hay estudios que lo demuestran. Al igual que para nosotros los adultos, para los niños resulta más motivador que alguien por quien sienten mucha estima reconozca el esfuerzo y trabajo realizado; y, a su vez, esta persona lo valorará especialmente por el vínculo y el afecto que les une.
– Convertirnos en su modelo. Existen numerosos estudios que confirman que la conducta de los padres tiene una gran influencia sobre sus hijos, no sólo en los patrones de alimentación o la actividad física, sino también sobre su empatía y comportamiento prosocial, su civismo y sus conductas adictivas. En resumen, las cualidades y conductas que queremos que adopten nuestros hijos, deberán verlas continuadamente en sus padres.
Estas acciones tendentes a desarrollar la motivación interna no dan sus frutos de forma tan inmediata como un sistema de modificación de conductas, ya que requieren un mayor nivel de madurez del niño. Probablemente, en las etapas iniciales de la niñez, pensaremos que nuestro esfuerzo está siendo en vano, pero lo que les transmitamos calará hondo, aunque haya que esperar en algunos casos incluso hasta la edad adulta para ver los resultados. ¡Cuántas veces nos hemos sorprendido a nosotros mismos repitiendo conductas o frases de nuestros padres…! Será fundamental tener paciencia para ver cómo florece y se desarrolla una personalidad asentada en unos valores sólidos y fundamentada en el diálogo y el respeto.
Espléndida entrada!!! Desde luego eres un excelente modelo para tus hijos. Completamente de acuerdo.
Ya me ha llegado el nuevo libro de Camarata (http://www.penguinrandomhouse.com/books/313484/the-intuitive-parent-by-stephen-camarata-phd/). Siguiendo el estilo del de 2014 sobre Late talkers, incorpora las citas científicas en las que se apoya el texto. No lo he leído al completo aún, pero lo recomiendo a todos los padres por lo que ya he leído, y deberían leerlo también las autoridades educativas, porque se está yendo al contrario… (chapter 8 dedicado a los colegios): la comprensión lectora al alcanzar secundaria de los niños que estaban en kindergarten en 1961 es mucho mayor que la de los actuales. Cuenta como en 1961 con 5-6 años no tenían ni sillas ni mesas en la clase, buscaban cultivar la curiosidad de cada niño (explorar y aprender a pensar).
http://www.nzherald.co.nz/lifestyle/news/article.cfm?c_id=6&objectid=11488400
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