Intervención temprana: ¿Qué tiene de malo?

Artículo original publicado el 1 de septiembre de 2011 por Dorothy Bishop,
Catedrática de Neuropsicología del Desarrollo en la Universidad de Oxford (Reino Unido)
e investigadora especializada en trastornos infantiles de la comunicación y
Trastorno Específico del Lenguaje (TEL)

dorothy-bishopSi un niño tiene problemas en el lenguaje, ¿cuál sería la mejor edad para intervenir? ¿A los 18 meses, cuando está en los inicios de la adquisición del lenguaje, o a los 5 años, cuando está en el colegio? La mayoría de la gente afirma que esto ni se pregunta, con una clara preferencia por la intervención temprana por dos razones:

• Las dificultades del lenguaje conllevan efectos secundarios de todo tipo: sobre la autoestima, el rendimiento escolar y la interacción social. Potencialmente, la intervención temprana podría evitarlos.
• Es más fácil influir en el curso del desarrollo cuando el cerebro todavía es plástico. Se puede hacer una analogía con la visión, donde se reconoce ampliamente que la ambliopía (u «ojo vago») necesita corregirse en edades tempranas, porque de lo contrario las vías visuales del cerebro no se desarrollan con normalidad, y se pierde el potencial de que el ojo vago tenga buena visión.

Actualmente, el interés de los legisladores en la intervención temprana se ha centrado principalmente en los resultados sociales y emocionales de los niños, con un informe del diputado Graham Allen que hace hincapié en los beneficios, no sólo por los resultados de los niños, sino también en términos económicos. Argumenta que, evitando que se desarrollen los problemas, tenemos la posibilidad de ahorrar millones de libras que de lo contrario se gastarían en tratar problemas que se manifiestan en etapas posteriores de la infancia.

El informe de Allen no dice mucho sobre el desarrollo del lenguaje en los niños, pero a menudo se aportan argumentos similares, y en otras zonas del país, los servicios de terapias de audición y lenguaje asignan la mayoría de sus recursos a la intervención en preescolares.

Sin embargo, hay un problema con la intervención temprana que pasa fácilmente desapercibido, pero que está bien documentado en el caso de los problemas infantiles del lenguaje. Éste es el fenómeno de los niños que tienen un desarrollo madurativo lento. Sencillamente, cuanto antes se identifiquen las dificultades del lenguaje en los niños, mayor será la proporción de casos que resulten ser «falsos positivos» que se moverán espontáneamente al rango de la normalidad sin ningún tipo de intervención. Conocemos este fenómeno desde hace muchos años: por ejemplo, un estudio dirigido por Fischel et al en 1989 realizó un seguimiento de 26 niños de dos años que fueron seleccionados porque sus padres indicaron que entendían frases enteras pero sólo eran capaces de decir unas pocas palabras. Cinco meses después de la evaluación inicial, un tercio todavía tenía problemas, otro tercio había experimentado alguna mejora, y el otro tercio estaba dentro de la normalidad. Otro estudio de Thal et al en 1991 realizó un seguimiento de 10 niños que se encontraban dentro del 10% de menor puntuación de vocabulario expresivo entre los 18 y los 29 meses. Un año después de la evaluación inicial, 6 de ellos habían alcanzado el nivel correspondiente a su edad, mientras que los otros 4 aún tenían un retraso en el lenguaje. Estos primeros estudios a pequeña escala han sido posteriormente confirmados por estudios poblacionales con muestras mucho mayores en los Países Bajos y Australia.

El fenómeno de los niños que tardan en madurar ha quedado claramente demostrado en un estudio recién publicado en la revista British Medical Journal por un equipo de investigadores australianos dirigidos por la Catedrática de Pediatría Melissa Wake y la Catedrática de Logopedia Sheena Reilly. Seleccionaron niños de un estudio poblacional de grandes dimensiones, donde se pidió a los padres que rellenaran un cuestionario «Sure Start», herramienta de medida de vocabulario, cuando sus hijos tenían 18 meses, así como un cuestionario sobre comportamientos. Se documentó que alrededor del 20% de los niños no decían ninguna palabra o un número muy limitado de palabras. 301 de estos niños fueron asignados aleatoriamente a grupos de intervención y de control. La intervención, «Vamos a aprender el lenguaje», se basó en un enfoque ampliamente utilizado, basado en formar a los padres para adoptar estrategias dirigidas a fomentar las interacciones comunicativas con sus hijos. Después, los niños fueron evaluados minuciosamente a los 2 años de edad, y de nuevo a los 3 años. Los resultados fueron sorprendentes: no hubo ningún tipo de diferencia entre los niños del grupo de intervención y los del grupo de control en las medidas del lenguaje ni en las de comportamiento, ni a los 2 ni a los 3 años.

Los autores del estudio apuntaron diversos puntos fuertes y débiles de su estudio. Entre ellos, indicaron la posibilidad de que la intensidad de la intervención (seis sesiones semanales, cada una de 2 horas de duración) pudiera haber sido insuficiente. Pero a continuación señalaron que «las puntuaciones medias normales para lenguaje y vocabulario conseguidas tanto por los niños de los grupos de intervención como por los de control a los 3 años sugieren que la resolución natural, más que la posible intensidad baja de nuestra intervención, explica la falta de hallazgos».

Entonces llegaron a una conclusión que da que pensar: sencillamente, si se interviene a niños que muy probablemente mejorarán de forma espontánea, las familias y el Gobierno malgastarán una considerable cantidad de recursos.

¿Significa esto que deberíamos abandonar la intervención temprana? No. Pero significa que necesitamos asignar esta intervención con mucho más cuidado. Hoy en día, uno de los grandes retos para quienes investigamos a los niños que tardan en hablar es encontrar características que nos permitan identificar a aquellos niños que no progresarán de forma espontánea. Esta tarea ha resultado ser sorprendentemente difícil.

Otro mensaje importante se aplica a los estudios de intervención de forma más general. Si facilitas una intervención para un problema que mejora espontáneamente, es fácil que te convenzas de que tu tratamiento ha sido efectivo. Los padres tuvieron una impresión muy positiva del programa de intervención. Hubo una asistencia destacablemente buena, y, cuando se pidió a los padres que puntuaran las características específicas del programa y sus efectos, alrededor de las tres cuartas partes de los padres dieron respuestas positivas. Esto puede explicar por qué tanto los padres como los profesionales encuentran difícil de creer que esta atencion temprana no tenga ningún efecto: ven mejoras. Sólo al realizar un ensayo adecuadamente controlado se volverá aparente esta falta de efectividad, no porque los niños en tratamiento no mejoren, sino más bien porque el grupo de control también mejora.

Referencia: (Acceso abierto) 🙂
Wake M, Tobin S, Girolametto L, Ukoumunne OC, Gold L, Levickis P, Sheehan J, Goldfeld S, & Reilly S (2011). Outcomes of population based language promotion for slow to talk toddlers at ages 2 and 3 years: Let’s Learn Language cluster randomised controlled trial. BMJ (Clinical research ed.), 343 PMID: 21852344

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