TDAH: ¿Trastorno o inmadurez?

Desarrollo cerebral según la edad en niños con diagnóstico de TDAH (azul), en comparación con el de niños neurotípicos (lila)

Un niño de 2 ó 3 años con un desarrollo madurativo lento puede ser diagnosticado erróneamente con trastorno del espectro autista (TEA), especialmente si habla poco. Cuando este mismo niño empieza a hablar y avanza en su desarrollo madurativo, eliminando así muchos de los presuntos «síntomas» de autismo, ciertos profesionales se decantan por trasladarlo al Trastorno por Déficit de Atención – Hiperactividad (TDAH). No en vano, muchos de los niños que en EEUU perdieron su etiqueta de TEA pasaron a tener la de TDAH, según un estudio oficial de los Centros de Control de Enfermedades de EEUU. Otros niños simplemente son considerados «vagos» en el entorno escolar, o demasiado inquietos, y por ello acaban en el cajón de sastre del TDAH; muchas veces, lamentablemente, con medicación. Pero, ¿realmente tienen estos niños un trastorno o es otra cosa lo que les hace tener comportamientos indeseados?

TDAH: Desarrollo cerebral lento, pero completamente normal

Un estudio publicado en 2007 por los Dres. Philip Shaw, Judith Rapoport y sus colaboradores utilizó resonancias magnéticas para comparar el desarrollo cerebral de niños con TDAH y niños neurotípicos, y sus resultados no dejaron a nadie indiferente: «En los jóvenes con TDAH, el cerebro se desarrolla siguiendo un patrón normal pero con un retraso medio de 3 años en algunas regiones, en comparación con otros jóvenes sin el trastorno». Así lo recoge la nota de prensa, que incluye un video y gráficos comparativos donde se puede apreciar que la mitad de las regiones del córtex cerebral alcanzan su pico de grosor máximo a los 7,5 años en promedio, mientras que en los niños diagnosticados con TDAH, esto sucede a una media de 10,5 años de edad.

Video desarrollo cerebral TDAH y neurotípico

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El análisis del blog científico Not exactly rocket science explica que, según las conclusiones del estudio, el TDAH se trata de «un trastorno de retraso, no de desviación». Y, como tal retraso, finalmente acaba por desaparecer, ya que, cuando el desarrollo cerebral termina, los niños se igualan. El propio Dr. Shaw afirma que «haber encontrado un patrón de maduración cortical normal, aunque retrasado, en niños con TDAH debería dar seguridad a las familias y podría ayudar a explicar por qué tantos jóvenes finalmente parecen curarse del trastorno a medida que crecen».

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Un desarrollo cerebral retrasado… ¿en todo?

Si analizamos el detalle del estudio, nos daremos cuenta de que el retraso madurativo se da en regiones muy extensas del córtex cerebral, pero no en todas. De hecho, la reseña de Not exactly rocket science explica que «estos retrasos fueron más pronunciados en el córtex lateral prefrontal, donde el periodo de retraso llegaba a ser de hasta 5 años (…). Estas partes del cerebro son las responsables de la eliminación de pensamientos y acciones inadecuadas, de la dirección de la atención, de la memoria a corto plazo y del control del movimiento. Todas éstas son tareas que los niños con TDAH pueden encontrar difíciles, y otros estudios han demostrado que, mientras intentan realizarlas, su córtex prefrontal muestra menos actividad de la esperada para un niño de la misma edad».

zpq0460783830002Sin embargo, hay una zona que no sólo no tiene un desarrollo retrasado, sino que se desarrolla más rápido que en el resto de niños: la corteza motora, que controla la ejecución del movimiento. Es decir, que lo que en realidad parece un desarrollo lento es un desarrollo que prioriza que el niño ejercite su movimiento, incluso antes aún de que tenga la capacidad cerebral para regularlo o inhibirlo. Parece que estos hallazgos confirman la hipótesis del «cerebro de cazador», que argumenta que éste era el desarrollo cerebral idóneo para las sociedades prehistóricas dedicadas a la caza y la recolección, y expuestas a constantes situaciones de peligro.

Zonas del cerebro que se desarrollan más rápido en niños diagnosticados con TDAH

Zonas del cerebro que se desarrollan más rápido en niños diagnosticados con TDAH

TDAH e inmadurez

En vista de todo lo anterior, la mayoría de los niños que tienen TDAH no son más que niños inmaduros, con un desarrollo cerebral más lento que la media, pero completamente normal (con una especial destreza en las habilidades motoras), y que se pondrán finalmente al nivel de sus compañeros con el mero paso del tiempo.

Así las cosas, no debería sorprendernos que los niños más inmaduros sean los más susceptibles de recibir un diagnóstico de TDAH injustamente. Son numerosos los estudios que demuestran que los niños más pequeños de la clase tienen más riesgo de recibir diagnósticos de TDAH. Igualmente, los chicos diagnosticados con TDAH son más del doble que las chicas, ya que son más lentos en madurar que ellas.

A la vista de todos estos datos, se hace evidente que el sobrediagnóstico de TDAH es flagrante. Ya uno de los «padres» de este trastorno, Keith Conners, denunciaba que el sobrediagnóstico del TDAH es «una epidemia de proporciones trágicas», mientras que el Dr. Allen Frances, miembro del equipo de redacción del Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales en su 4ª edición (DSM IV), «el diagnóstico de TDAH debería ser el último recurso, no un reflejo automático o un intento de obtener un arreglo rápido».

Según se desprende de los hallazgos de los investigadores y de las resonancias magnéticas, no sería necesario administrar pastillas a estos niños, ni enviarlos a estimulación temprana. Ni siquiera haría falta poner una etiqueta a estos niños inquietos que maduran lentamente. Sólo se trata de entenderlos, acompañarlos y tener paciencia mientras el tiempo hace su trabajo.

2 comentarios en “TDAH: ¿Trastorno o inmadurez?

  1. He encontrado un artículo muy interesante sobre la hiperactividad. Ahora el tema con nuestro hijo puede ir por ahí, y este artículo viene como anillo al dedo para este tema.

    http://www.solohijos.com/web/es-mi-hijo-hiperactivo-o-sencillamente-inquieto-y-movido/

    No deja de moverse en la silla, tarda una eternidad en hacer los deberes, se distrae por tonterías, he de estar constantemente a su lado, he de repetir la misma orden cinco veces para que obedezca (si es que obedece)… ¿te suenan estas quejas?. La mayoría de padres y madres las hemos sufrido en nuestra piel más de una vez y sin embargo, no todos nosotros consideramos a nuestros hijos hiperactivos. ¿Qué tiene mi hijo realmente de hiperactivo? ¿Puede ser que sencillamente sea un niño inquieto y curioso? ¿Es posible que yo no sepa adaptarme a su ritmo de aprendizaje y por eso su conducta sea tan nerviosa? La hiperactividad es una palabra muy seria que no debe pronunciarse con frivolidad: ¡los niños muy movidos pueden no ser hiperactivos!

    Es frecuente que a la salida del colegio escuchemos comentarios como éstos entre los grupos de padres:

    – “Mi hijo no para, no puedo con él, creo que es hiperactivo.”

    – “Dice la maestra que tengo un hijo que se mueve mucho en clase, que es muy inquieto. Quizás sea hiperactivo…”

    – “Mi marido y yo hemos dejado de salir con amigos los fines de semana o al restaurante para evitar sentir vergüenza del comportamiento de nuestro hijo”

    O bien de una maestra a unos padres:“Vuestro hijo es muy inquieto, no para, no atiende… creo que es hiperactivo.”

    La proliferación excesiva de niños ”llamados” hiperactivos ha puesto de actualidad una preocupación importante de padres y educadores sobre este tema, de tal manera que un trastorno como es la hiperactividad se ha socializado y se ha convertido en un comentario de corrillo, en un tema de fácil valoración y una forma de poner un cartelito de definición personal a aquellos niños que no entendemos.

    En mi opinión, todo ello es consecuencia de un fenómeno social ampliamente extendido entre la población del que no escapamos ni los padres ni los educadores. Cada vez soportamos menos la conducta irregular. Nos gustan los niños despiertos, curiosos, experimentadores del universo que les rodea, pero eso sí… hasta un cierto límite, fuera del cual nos incomodan y nos hacen sentir insatisfechos.

    Cuando el niño no se ajusta a nuestras expectativas, al no entender lo que está ocurriendo, definimos al hijo o al alumno con palabras (más bien conceptos) que nos ayudan a encuadrar la situación y nos dan una falsa sensación de tranquilidad.

    Más que definir una entidad clínica, cuando a veces hablamos de que un niño es hiperactivo hablamos de nuestro estado anímico personal, de lo que nos cuesta soportar al hijo inquieto que llama constantemente la atención o al alumno que nos obliga a dedicarle más tiempo. Podemos olvidar que los motivos por los que un niño no atiende o no se concentra son muchos: cansancio, aburrimiento, tareas demasiado largas para su edad, inmadurez… Y que su desobediencia puede ser debida también a que no entiende las instrucciones.

    Los padres en general no estamos preparados para contener un hijo inquieto. Los horarios laborales, las prisas, la escasa tolerancia a la conducta desobediente fomenta en muchos casos una ruptura emotiva de las relaciones padres-hijos, creando un círculo vicioso de nervios e irritación que refuerza precisamente las conductas que queremos evitar.

    Muchos niños medicados y tratados como hiperactivos en realidad lo son porque entran en este perfil de niño inquieto, distraído, que nos obliga, que nos hace sentir la necesidad de implicarnos y de gastar energía, que nos complica la vida cuanto queremos que ésta, tanto en el ámbito familiar como escolar, sea tranquila. Quizás deberíamos reflexionar más sobre las dificultades para educar en el día a día, la falta de pautas claras en la educación familiar, la pérdida de valores en la formación académica antes que proyectar sobre los niños nuestro propio cansancio o ignorancia.

    Muchas veces tenemos en casa un niño sobreactivo (no hiperactivo), es decir, con exceso de movimiento pero que con una adecuada contención es capaz de controlarse, atender y seguir las pautas y hábitos de los padres y del colegio. La enseñanza del autocontrol en nuestros hijos es un objetivo de los primeros años de vida en la familia; de ahí que estén apareciendo en estos últimos años niños con falta de hábitos y de ritmos estables de vida, que pasan por hiperactivos cuando en realidad son fruto de una escasa atención a sus necesidades educativas y afectivas.

    Podemos considerar entonces la aparición de niños con hiperactividad ambiental, que no es lo mismo que la hiperactividad clínicamente hablando
    ¿Y en la escuela?

    Hoy en día la escuela no responde generalmente a las necesidades educativas y de crecimiento de los alumnos. Para dar clase necesitamos niños sentados, escuchando largas explicaciones, con objetivos académicos densos, dando escasa importancia a la vivencia, experimentación y tiempo de descubrimiento donde el alumno sea el objetivo no los contenidos.

    Muchos alumnos no encajan en este perfil, se cansan, se aburren y una forma de manifestarlo sobre todo en edades tempranas ( hasta los 8 años) es moverse, distraerse y llamar la atención.

    No todos estos niños son hiperactivos y con déficit de atención. Simplemente reflejan una forma de “dar las clases”, una pedagogía que no estimula ni activa la atención selectiva de los alumnos y en consecuencia se mueven demasiado, hablan, creando conflictos entre ellos. El maestro con gran número de niños en la clase y con la presión de cumplir la programación pierde su capacidad perceptiva y de selección de aquellos alumnos con necesidades educativas especiales, metiendo en el mismo saco al niño hiperactivo y a aquel que no lo es.

    Ser sobreactivo es una situación muy corriente que solo nos dice que existe un exceso de movimiento, diferente del fenómeno hiperactivo, que es una entidad clínica, un trastorno grave, con múltiples repercusiones en todos los ámbitos donde se mueve el niño.

    En esta situación, a muchas familias se les abre la esperanza a través de una pócima maravillosa que lo cura todo. Es la famosa pastillita que, dada a un determinado número de niños y en situaciones concretas, permiten solucionar la conducta de un niño inquieto.

    Es cierto que esta medicación ha ayudado a muchos niños, clínicamente diagnosticados como hiperactivos (TDAH), a superar las barreras que le separaban de una relación normal con sus padres, con sus compañeros de clase, con su maestros y consigo mismos, teniendo al mismo tiempo una atención personalizada y un seguimiento multiprofesional adecuado.

    Pero hay que ir con cuidado. El abuso indiscriminado de esta medicación, sin pruebas clínicas adecuadas (electroencefalograma, mapa de actividad cerebral, cartografía…) junto con un escaso seguimiento individual, familiar y escolar, la han convertido para muchos padres y maestros en una pócima mágica que libera de las tensiones y de la responsabilidad de implicarnos y de buscar otras soluciones que no sean las de dar solo una medicación.

    Por ello, lo primero y más importante es saber si existen unos determinantes, unos signos que nos puedan acercar a una detección precoz, una orientación especializada en estos temas antes de que denominemos a nuestro hijo con tanta ligereza de hiperactivo.

    La hiperactividad ambiental se trata de forma educativa, la hiperactividad clínica, la verdadera hiperactividad, exige un diagnóstico neurológico, psicológico y escolar y por tanto una intervención en todos los ámbitos donde el niño vive y se desarrolla diariamente.

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