La historia de Eduardo nos habla de lo que influye en los niños lo que los adultos pensemos de ellos y los mensajes que les transmitamos. Es un gran ejemplo de lo que se da en llamar la «profecía autocumplida» y alerta del gran peligro de poner etiquetas a los niños:
Eduardo, el niño más terrible del mundo
Eduardo era un niño como otro cualquiera, pero algunas veces pegaba patadas a las cosas. “Eduardo eres un niño muy bruto, eres el niño más bruto del mundo” le decían, y Eduardo se volvía cada día más y más bruto. Eduardo hacía mucho ruido, abusaba de los niños más pequeños, se metía con los animales, no ordenaba su habitación y continuamente le repetían: Eduardo eres un niño cruel, abusón, desordenado, sucio… y Eduardo se volvía día a día más cruel, abusón, desordenado, sucio… hasta que le dijeron que era EL NIÑO MÁS TERRIBLE DEL MUNDO. Así pasaron semanas…
Un día dio una patada a una maceta y un señor le dijo “¡Qué buena idea hacer un jardín! Y poco a poco la gente comenzó a pedirle ayuda para cuidar las plantas. Otro día Eduardo esperó a que pasase un perro para lanzarle un cubo de agua y cuando el dueño lo vio le dijo: “Muchas gracias por lavarme el perro, Eduardo; estaba muy sucio. Cuidas bien a los animales” y desde aquel día, todo el mundo le pedía a Eduardo que lavase y cuidase sus mascotas.
La habitación de Eduardo estaba tan desordenada que no encontraba nada, así que decidió tirarlo todo por la ventana. Todas las cosas de Eduardo aterrizaron en una camioneta que recogía ayuda a los pobres y el señor del camión le dijo. “Gracias por regalar todas tus cosas, Eduardo” y cuando su madre entró en la habitación le dijo: “¿Cómo puede ser que todo esté tan limpio y ordenado? Una mañana paseando le perseguían las moscas de lo sucio que estaba y tuvo que saltar al río, una señora lo recogió, lo aseó y lo llevó al colegio y la profesora nada más verlo dijo: “Mirad, niños, fijaos en Eduardo. Es el niño más limpio y mejor vestido de todo el colegio”.
Un día, en el colegio, el abusón de Eduardo empujó con fuerza al pequeño Álex, y en aquel mismo instante, una de las lámparas de la clase se soltó, cayendo justo en el lugar en el que Álex estaba antes del empujón. “¡Has salvado a Álex! Eres un niño con muchos reflejos. Deberías encargarte de cuidar a los más pequeños” y desde entonces Eduardo se hizo cargo de los pequeños.
Ahora Eduardo ya no es bruto, cruel, desordenado, sucio, abusón ni ruidoso. Porque, en realidad, se fue transformando poco a poco en EL NIÑO MÁS BUENO DEL MUNDO.
John Burningham
Editorial Kalandraka